Educación, un derecho natural

La educación ayuda a formar ciudadanos responsables, conscientes y comprometidos, como reflexiona el Mtro. Hugo Avendaño, Rector de la UIC, haciendo énfasis en que es un derecho universal.

Enero 8, 2025

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Autor: Mtro. Hugo A. Avendaño Contreras, Rector de la Universidad Intercontinental (UIC)



La educación es, indudablemente, un derecho natural inherente a la condición humana. En nuestra naturaleza existe el deseo de aprender, comprender y compartir nuestras experiencias y conocimiento, pues es parte esencial de nuestro desarrollo y expresión de nuestra dignidad.

A lo largo de la historia, este derecho ha sido reivindicado en diversos contextos y hoy se reconoce como un pilar en la construcción de sociedades más justas y equitativas. Sin embargo, para la mayoría de las personas, la educación, en especial la que se imparte en colegios e instituciones educativas, sigue siendo inaccesible, lo que nos invita a reflexionar sobre la urgencia de garantizar este derecho de manera universal en los marcos jurídicos, en las políticas públicas y en las decisiones presupuestales. No basta con incorporar la educación como un derecho si no se convierte en una línea ejecutiva de gobierno con la asignación de los recursos necesarios para su ejecución.

Recalco que, cuando hablamos de la educación como un derecho natural, nos referimos a que es inherente a la dignidad de la persona. Este derecho no surge de una concesión del Estado o de las instituciones, sino que brota de la propia naturaleza del ser humano como ente racional, social y trascendente. Toda persona tiene la necesidad y capacidad de desarrollarse intelectual, moral y espiritualmente, y la educación es la herramienta clave. No solo se trata de un medio para adquirir conocimientos técnicos o científicos, sino de un proceso que ayuda a formar ciudadanos responsables, conscientes y comprometidos con su comunidad y el mundo.

Este enfoque se ha reforzado en la legislación internacional. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la ONU en 1948, establece, en su artículo 26, que toda persona tiene derecho a la educación, refiriéndose no solo al acceso a la enseñanza básica, sino también a la superior, que debe estar disponible de acuerdo con los méritos de cada individuo. Además, destaca que la educación debe fomentar el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, contribuyendo, así, a la paz y la comprensión entre las naciones.

No obstante, la realidad dista mucho de este ideal. A pesar de los avances tecnológicos y las riquezas en el mundo, millones de personas, niñas y niños, siguen sin acceso a una educación de calidad. En muchas regiones, la pobreza, los conflictos y las crisis humanitarias exacerban la exclusión educativa, perpetuando ciclos de desigualdad y marginación.

Las familias, los Estados, las instituciones educativas, las organizaciones civiles y la sociedad, en su conjunto, deben trabajar para garantizar que todas las personas, sin importar su origen o condición, tengan acceso a una educación que forme en los valores de la solidaridad, la justicia y la paz.

La educación implica una responsabilidad; no basta con garantizar el acceso, debemos asegurar que sea de calidad, inclusiva y adaptada a las necesidades de las personas y comunidades. Asimismo, debemos reconocer el papel esencial de los educadores, agentes de cambio y formadores de las futuras generaciones. Invertir en la formación y bienestar de los docentes es invertir en el futuro de la humanidad.



El Pacto Educativo Global

En 2019, el Papa Francisco lanzó una invitación a través del Pacto Educativo Global. Este pacto tiene como objetivo “revitalizar el compromiso por y con las nuevas generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e inclusiva”.

La iniciativa propone una transformación que implique a todos los sectores de la sociedad y se basa en tres pilares: poner a la persona en el centro de la educación, promover una educación abierta al diálogo entre culturas y religiones, y fomentar una educación que propicie la fraternidad y la paz. El Papa considera que solo a través de una educación que abrace estos principios será posible superar las divisiones y construir un futuro más equitativo.

Uno de los puntos que el Papa ha abordado con insistencia es la necesidad de una educación inclusiva. En un mundo donde millones de niños y jóvenes no tienen acceso a una educación adecuada, él ha llamado la atención sobre la urgente necesidad de cambiar este escenario. En su encíclica Fratelli tutti, subraya que la verdadera fraternidad solo puede alcanzarse cuando todos tienen las mismas oportunidades de desarrollo. Esto incluye el acceso a una educación de calidad, especialmente para los más pobres y marginados.

Para Francisco, la educación debe ser un motor de transformación social, capaz de romper los ciclos de pobreza y exclusión.

Educación para la paz y el diálogo

El Papa Francisco también ha destacado el rol de la educación en la promoción de la paz y el diálogo. En un entorno marcado por conflictos y tensiones, la educación puede ser un espacio donde se cultive la comprensión mutua y se construyan puentes de reconciliación. En este contexto, el Pacto Global promueve una educación basada en la cultura del encuentro, en la que los estudiantes aprendan valores humanos que les permitan convivir en un mundo plural y diverso.

A través del Pacto, el Papa nos invita a repensar la educación como un medio para construir una sociedad más justa, solidaria y en paz, como nos invita Jesús a través de su Evangelio, en las parábolas de los talentos, del sembrador, la higuera estéril, el buen samaritano y del hijo pródigo. En todas ellas, hay mensajes para superarnos: trabajar en nuestro desarrollo de talentos, dar fruto en la vida, asumir la responsabilidad de nuestras fallas y tener la capacidad de reconocer nuestros errores para mejorar. Sigamos cuidando de la educación como parte de la misión que tenemos en nuestras manos, desde cualquier trinchera en donde estemos.

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