Un cambio para hacer el cambio
Servir a Dios implica retos y dificultades, sin embargo, en este servicio se encuentra el verdadero amor y ayudar a los demás puede hacer la diferencia, como nos comparte el seminarista Ángel Alejandro.
Mayo 16, 2025
S. Ángel Alejandro Morales Torres
Es un placer saludar a todos nuestros Padrinos y Madrinas de Misioneros de Guadalupe (MG). Soy originario de Zapotlanejo, Jalisco, y actualmente me encuentro cursando el primer año de la etapa discipular en el Seminario Mexicano de Misiones Extranjeras, donde me preparo para ser misionero al servicio del pueblo de Dios.
Quiero compartirles mi experiencia. Desde pequeño comprendí que el verdadero amor se encuentra en el servicio a Dios y a las personas que me rodean, experimentando una felicidad y satisfacción que no he encontrado en otra cosa. Servir a Dios, ya sea en el matrimonio o en la vida consagrada, conlleva grandes retos y dificultades. Con el transcurso de los años, me he dado cuenta de que mi entrega a Dios como seminarista es distinta a cuando era niño. Han surgido nuevas responsabilidades y necesidades que en mi infancia no lograba comprender.
Estudiar para ser sacerdote misionero implica desde adquirir una disciplina que fomente el desarrollo personal, hasta dejarse formar por los sacerdotes del seminario, estudiar en la universidad, participar en misiones, convivir con las personas y realizar colectas. Todo esto es parte de una educación integral que considero fundamental como seminarista y que me permite avanzar en mi formación.
Llegar a una ciudad tan distinta, una metrópoli como es la Ciudad de México, lejos de mi familia, ha supuesto un gran cambio en mi mentalidad, que me ha llevado a madurar como persona y cristiano. Durante este tiempo, he notado una gran necesidad de Dios, una fe que muchas veces parece fría. Más allá de palabras, lo que estas personas necesitan es sentirse escuchadas, amadas y comprendidas en lugar de juzgadas. En este camino, he entendido que no importa tanto el seminarista, sino el testimonio que pueda dar. Mi objetivo es que, a través de mi ejemplo, las personas vean que, a pesar de las dificultades, siempre hay motivos para sonreír y mantener una actitud positiva. Es necesario ser un soporte para quienes más lo necesitan y, sobre todo, reflejar que Dios se manifiesta en nosotros.
Lo que más ha fortalecido mi espíritu ha sido la cercanía con las personas, especialmente durante las colectas. En estos encuentros, tengo la oportunidad de conversar con ellas, escuchar sus necesidades y orar. Si hay algo en lo que pueda ayudar, lo hago con gusto, pues mi vida debe estar marcada por el servicio. Eso es lo que debe identificarme y lo que me impulsa a hacer una diferencia, no solo en la sociedad y entre los jóvenes, sino también con mis propios compañeros.
Prepararme para ser misionero implica estar dispuesto a dar mi vida por la misión, algo que al principio me costó comprender, ya que requiere valentía. Sin embargo, esta entrega total es la verdadera prueba de amor: dar la vida por los demás y por el Señor.
La muerte no es el final para nosotros los cristianos; al contrario, es un paso hacia lo más importante: la vida eterna como hijos de Dios. Por ello, invito a los lectores de Almas a confiar en las palabras de Jesús, a prepararse constantemente en la oración, arma fundamental contra el mal, y a fortalecer tanto el intelecto como el espíritu para enfrentar las pruebas con firmeza.
Agradezco todo el apoyo que nos brindan como seminaristas. Oro continuamente por ustedes y pido a Dios Todopoderoso que los acompañe siempre, así como a Santa María de Guadalupe, para que interceda por todos nosotros.
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