El dolor que acompaña a una mujer
A través de tres relatos, la Misionera Laica Asociada, Ma. Teresa Esparza Del Río, nos comparte el dolor, la esperanza y la fe de algunas madres que han perdido a sus hijos en la Misión de la Amazonía.
Noviembre 26, 2024

Autor: Ma. Teresa Esparza Del Río, MLA en la Amazonía
Se le llama huérfano a un hijo que se ha quedado sin madre; viuda, a una mujer que perdió a su esposo. Pero, ¿cómo llamar a una madre que ha perdido a su hijo en cualquier circunstancia? Ya sea por la inmadurez del cuerpo, por no tener recursos de salud, por el abuso en sus derechos o dignidad, o bien, cuando las condiciones naturales arrebatan la vida del hijo...
Dios pide a la Iglesia que “escuchemos”; por eso, hoy les comparto algunos sucesos que he escuchado de mujeres en la selva de la Amazonía, a través de tres breves relatos que quizás nos ayuden a reconocer que el dolor de la pérdida de un hijo es terrible en cualquier lugar del mundo. Oremos por quienes han perdido a un hijo.
Primer relato
Una voz que alaba al Señor con su canto pierde a su primer hijo de solo cinco años de edad a causa de neumonía, por no tener los medios médicos y económicos para atenderlo, teniendo como dificultades las distancias largas del río Amazonas (12 horas para llegar a un hospital), y aunque la selva tiene muchos recursos naturales, no se pudo sanar la enfermedad, por lo que el niño muere en sus brazos. Otra hija fallece por dolores de vientre, en las mismas condiciones. Después, viene otra pérdida, la de un hijo de 33 años quien muere de manera instantánea en un accidente; finalmente, una última hija pierde la vida estando en su vientre. “Es voluntad de Dios Padre”, expresa, “pero, siendo la madre de mis hijos en esta tierra, he sentido un dolor intenso en el alma ante la partida de cada uno de ellos, un dolor que no le deseo a nadie. No hay dolor más grande que la pérdida de un hijo y aunque cada uno fue una experiencia diferente, en la forma y el tiempo de su fallecimiento, aun la que murió en mi vientre, es un dolor que solo con el don de la fe ha ido sanando”.
Segundo relato
“Fui madre a los 16 años; a esa edad nació mi pequeño hijo, quien enfermó de neumonía a los tres años. Siempre estuve sola con él, porque mi pareja no me acompañaba. En la posta médica hacían lo que podían por atenderlo, pero a mi hijo simplemente se le acababa la vida poco a poco, y así, el dolor se hacía más intenso para mí, al ver cómo iba muriendo, hasta que un día, se fue. Estuve de nuevo embarazada y desafortunadamente me enfermé de varicela; nació una niña con diferentes problemas de salud, solo me dio la alegría de ser madre por tres meses y expiró. Damos la vida por nuestros hijos y estamos presentes con ellos, como madres, hasta la muerte”.
Tercer relato
“Salí de mi comunidad indígena a los 14 años, a la ciudad de Iquitos para trabajar; cuidando a unos niños, sufrí de abuso. Al pasar un tiempo, no sabía que estaba embarazada y al cuarto mes, murió mi hijo en mi vientre por no tener una atención médica adecuada; volví a mi comunidad y mi abuela intentó curarme con remedios tradicionales de la selva. Aun con ello, no quedé bien, por lo que no podré embarazarme nunca más, no volveré a ser madre, perdí a mi único hijo y por eso tengo el dolor más intenso en mi vida”.
El Papa nos pide este mes acompañar a quienes lloran la muerte de un hijo; nos unimos en oración, pidiendo a Dios y a Santa María de Guadalupe que aminore su dolor y que la fe les haga fuertes para continuar en la esperanza de que sus seres queridos gozan de la Resurrección de Cristo. Continuamos agradeciendo a Dios y a ustedes, Padrinos y Madrinas, por esta experiencia en la Misión de la Amazonía.
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