La vocación sacerdotal y religiosa

El P. Joel Sevilla Lara, MG, nos invita a tener esperanza en que Dios tocará los corazones de los jóvenes para que broten muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, y nos comparte cómo su propio testimonio.

Febrero 13, 2025

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Autor: P. Joel Sevilla Lara, MG
Jesús lo miró con amor y le dijo: “Solo te falta una cosa:
ve, vende lo que tienes... después, ven y sígueme”.
Mc 10, 21



Queridas Madrinas y Padrinos, quise comenzar con esta cita bíblica de Marcos para hablarles de la vocación, misterio de amor y de esperanza entre un Dios que llama por amor y un hombre que le responde libremente y con amor.

Este tendría que ser el ideal de muchos jóvenes de nuestras parroquias o comunidades eclesiales, pero la realidad es muy distinta: vivimos una nueva época, tan confusa y de tantos desafíos, de crisis de valores en nuestra sociedad y en la familia, primer semillero de la vocación; cuando esto entra en conflicto, si por ello entendemos falta de decisión, de claridad y confianza, hay mucha desorientación para nuestros jóvenes ante las cosas atractivas que el mundo ofrece, ideales vacíos que conducen a la insatisfacción y al fracaso.

Ciertamente, las estadísticas nos dan datos muy desalentadores por la poca cantidad de vocaciones a la vida consagrada. Diócesis o institutos donde florecían numerosos sacerdotes, hoy son lugares con pocos o ningún candidato, pero hay otras iglesias jóvenes donde la semilla del Evangelio ha comenzado a echar raíces y surge la esperanza de la vocación.

Por eso, tenemos que poner nuestra esperanza en Él, confiar en Dios, que es fiel siempre; hoy Jesús resucitado nos llama, nos convoca y toda vocación exige amor, nos invita a caminar con Él; nos dice: “Ven y sígueme”, porque es el único que puede saciar la sed que tenemos de fe, esperanza y amor, y seguirle supone darle el primer lugar frente a todo: familia, trabajo, intereses personales; es esto lo que Jesús le pide al joven rico: “Ve, vende lo que tienes”, ¡cuánto tenemos que dejar antes de aceptar el llamado que el Señor nos hace!

Y es que las vocaciones sacerdotales brotan de una experiencia personal con Cristo, desde la oración y la confianza puestas en Él, al escuchar su voz en tu interior que te invita a darte a los demás, pero hay que saber escucharlo y aprender de Él.

Esto lo haremos a través de la convivencia diaria y de la lectura y meditación constante del Evangelio. Seguirlo requiere una espiritualidad de entrega continua, alimentada por la oración. Es necesario, por tanto, que escuchando su voz y viviendo en comunión con la Iglesia, con un generoso testimonio de fe y una pasión misionera, nos dejemos llevar para salir de nosotros mismos, dándonos a los demás anunciándoles el Reino de Dios, alimentándolos con los sacramentos y la oración, que hace crecer más nuestra fe y esperanza, pues necesitamos siempre de ella, sobre todo en la espera de algo positivo para el futuro de las vocaciones.



Después de este contexto, quisiera hablarles de mi vocación, que surgió en mi juventud. A los 20 años, como cualquier persona, tenía sueños de seguir estudiando la Licenciatura en Psicopedagogía, trabajar y formar una familia; pero, así como el joven del Evangelio de Marcos, un día, en una vigilia de Pentecostés en la Basílica de Guadalupe, le pregunté al Señor: “¿Qué tengo que hacer para ser feliz?” Imagino que me miró y me dijo con ternura: “Deja tus sueños y sígueme”.

En su momento, no entendí o no quise aceptarlo, pero, tiempo después, una religiosa y el sacerdote de mi parroquia volvieron a decirme: “El Señor te está llamando, ¿cuándo le dirás que sí ?”; aunque en mi interior había una afirmación, era más fuerte lo que me hacía negarme. Fue en una confesión cuando le dije a mi confesor: “Creo que estoy pecando contra el Espíritu por negarme a seguir al Señor”, y él me animó a darme la oportunidad, señalando que, si después de un tiempo veía que no estaba listo, podía regresar a la vida que llevaba; así inicié un proceso vocacional diocesano por unos meses, pero seguía indeciso a continuar, hasta que en mi parroquia los Misioneros de Guadalupe hicieron una animación; fue una semana en la que participé en todo y más en las misas donde los padres contaban sus experiencias en misiones. Cada vez que los escuchaba, sentía una gran emoción, así se despertó mi vocación misionera y supe que mi llamado era ahí.

Al principio, me resistía, me invitaban al Centro de Orientación Vocacional y, por lo menos en tres ocasiones, no llegué, siempre había algo que me lo impedía; un día, estando afuera del seminario, antes de tocar la puerta, me regresé, llegué a la parada del microbús y recordé lo que dijo mi párroco: “Date la oportunidad, si no es lo tuyo, no pasará nada”, así que toqué y entré, y aquí estoy después de casi 25 años de haber dejado todo para seguir al Señor, aunque no han sido fáciles, con fe y esperanza, de la mano del Maestro, todo se puede.

Hoy tengo 13 años de haber sido ordenado sacerdote, fui enviado a servir, amar y acompañar al pueblo de Cuba, Misión donde son tan necesarias las vocaciones sacerdotales y religiosas para animar y dar palabras de esperanza al pueblo sufriente.

Madrinas y Padrinos, continúen orando al Señor para que siga encendiendo en los corazones de los jóvenes la chispa de la vocación y que nuestras familias quieran distinguirse por dar a la Iglesia a los cooperadores del mañana.

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