Problemas familiares: una crisis de relación

La Iglesia ve en las familias el reflejo de Dios en su Trinidad, como nos comenta el diácono Manuel Hernández Rivera, MG, quien nos pide afrontar las crisis familiares con fe y esperanza.

Marzo 18, 2025

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Autor: D. Manuel Hernández Rivera, MG



Las crisis son momentos de inflexión, cambio profundo y decisiones que, cuando se viven con sentido y significado, pueden dar paso a una evolución a nivel personal o social.

Queridos Padrinos y Madrinas de Misioneros de Guadalupe (MG), deseo que, cuando nos encontremos en medio de una crisis, podamos afrontarla con fe y esperanza, logrando una evolución personal y social. Sin duda, todas las crisis tienen un impacto a nivel intrafamiliar, pero me detengo en una: la crisis de relación.

El Magisterio de la Iglesia afirma que: “La familia es una comunidad de vida y de amor” (GS 48); es decir, su esencia es una comunidad que vive en el amor, cuyos “miembros son personas de igual dignidad” (CEC 2203). Por eso, la Iglesia ve en ella un reflejo viviente del Dios Trinidad, que es comunión de amor (AL 11). El Papa Francisco, citando a san Juan Pablo II, dice que: “Nuestro Dios, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de la familia que es el amor” (AL 11).

Así como el Dios Trinidad es relación entre las personas divinas, la familia es relación entre sus miembros. Sin embargo, estas relaciones se van desvinculando por diversos factores. Desde la dimensión de fe, no hay relación de la familia con Dios, está ausente o excluido por voluntad propia. Cabe la pregunta para nuestra reflexión: ¿Nuestra casa –expresión simbólica de tantas situaciones familiares– está construida sobre roca o arena? (Mt 7, 24-27).

Otro factor es, en palabras del Papa Francisco: “Un individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla” (AL 33), generando dinámicas de intolerancia y agresividad. A esto se añaden factores como la crisis económica, la demanda laboral, el que unos padres llegan a casa cansados y sin ganas de conversar, e incluso, que en muchas familias no comen juntos, abriendo paso a distracciones riesgosas y a la adicción. Desafortunadamente, las relaciones se dañan y hay familias destrozadas, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados, que son un cultivo para nuestras formas de agresividad social. “La violencia intrafamiliar es escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas” (AL 51).

Estas situaciones nos preocupan, ya que la familia “es la célula original de la vida social Iglesia doméstica” (CEC 2204; 2207), donde se engendran los valores, la educación y la fe, y se experimenta el amor. En la pastoral vocacional cuidamos cada situación deshumanizante: Dios quiere que todos tengamos vida digna y en abundancia; además, la experiencia del amor fundante y la consolidación de los vínculos afectivos responsables se ven deteriorados, por lo que no hay conciencia de una vocación a la santidad y al seguimiento de Jesús. Es importante revisar nuestras relaciones para fortalecer a nuestras familias, retomando actitudes, como estar, escuchar y amar; prestar atención a los pequeños detalles y descansar en familia. Como señala el Papa Francisco: “No se convive para ser cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo” (AL 232).



Siguiendo al teólogo moralista Marciano Vidal, es importante que la familia se fundamente en dos valores: la relación personalizadora y la solidaridad comprometida; para ello, se debe cultivar la gratuidad, la reconciliación permanente, el respeto y la promoción de la singularidad de la persona, así como el sentido de la verdadera justicia, del verdadero amor y el don de sí mismo.

Padrinos y Madrinas, sigamos orando por las familias en medio de sus luces y sombras; sigamos construyendo la imagen del Dios Trinidad en ellas.

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