Una experiencia de escucha y solidaridad

La pastoral no solo se trata de querer dar a los demás, sino de compartir y escuchar a quien lo necesita, como nos relata el seminarista Salvador López Arenas sobre su visita a la Casa del Migrante en Iztapalapa, CDMX.

Marzo 26. 2025

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Autor: S. Salvador López Arenas

“Fuerte en la fe, fuerte en la caridad, fuerte en la unidad”.
San Juan Bautista Scalabrini



Queridos Padrinos y Madrinas, me gustaría compartirles una experiencia que tuvimos los seminaristas de Filosofía y Teología. Como seminario, visitamos la Casa del Migrante “Arcángel Rafael” en Iztapalapa, Ciudad de México, durante una semana. Nuestra intención era enseñar inglés, jugar con los niños y brindar apoyo a la casa. Sin embargo, la realidad que encontramos fue muy diferente. Nos impactó ver en el exterior a casi 30 migrantes viviendo en casas de campaña y cartones, con expresiones de angustia, enojo y tristeza. Algunos ni siquiera habían comido o tenían la posibilidad de asearse.

Al ingresar a la casa, la situación parecía transformarse. Encontramos personas aseadas, niños riendo y jugando, y adultos conversando con alegría. Esta dualidad nos llevó a reflexionar sobre las condiciones de vida de quienes estaban dentro y fuera. Conocimos a los voluntarios que apoyan; entre ellos, al padre Juan Luis Carbajal, sacerdote Scalabriniano, que nos explicó las normas, las cuales muchos migrantes no aceptan y deciden vivir afuera. Algunas reglas incluyen no ingresar con comida o sustancias ilegales y la obligación de regresar en una hora determinada por la noche. La casa no es un albergue permanente, sino un refugio temporal mientras las personas esperan cita para tramitar sus documentos y cruzar a los Estados Unidos.



Historias de vida
En la casa, conocimos a familias y niños que solo contaban con uno de los padres, o que estaban acompañados por tíos y abuelos. Muchos habían perdido a sus familiares durante el arduo viaje desde sus países de origen, ya sea por el cansancio, los peligros o por obstáculos con las autoridades. Nuestra perspectiva inicial de “hacer algo” cambió radicalmente. Pasamos de pensar en una pastoral de acción constante –en la que nos imaginábamos moviéndonos, ayudando, trabajando, cocinando y enseñando– a una pastoral de escucha. Al jugar con los niños, ellos nos compartían sus historias. Al ayudar en la cocina, conversábamos con quienes preparaban la comida, aprendiendo sobre sus costumbres y países, incluso bailando su música tradicional.

Esta experiencia ha sido de las más enriquecedoras, simplemente por haber estado ahí. No fue necesario jugar con los niños durante tres horas seguidas o hablar con los residentes. Lo más importante era estar dispuestos a escuchar. La pastoral no se limita a hablar de evangelización; se trata de compartir la comida, la música y las historias. Cada migrante (venezolanos, colombianos, hondureños o guatemaltecos) tiene una cultura rica y un deseo de dar a conocer su experiencia.

Cuando llegaba el momento de su cita, tocaban un timbre y todos salían a hacer ruido, a abrazarlos. Esa alegría era sorprendente. A diario se intentaba tener una cita, pero cuando a alguno le tocaba, festejar to dos juntos mostraba una gran unidad entre países que pocas veces vemos.

Espero que esta experiencia pueda motivar a muchas personas, donde sea que estén, para seguir sirviendo al prójimo desde lo más sencillo que podamos; un saludo a nuestros lectores y Padrinos. Que Dios les siga recompensando por lo que hacen por nosotros.

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