Cuando la tierra clama

La casa común necesita del esfuerzo de todos para protegerla, como nos comenta y reflexiona el P. Ramiro Zúñiga Garibay, MG, desde la Misión de Indonesia.

Autor: P. Ramiro Zúñiga Garibay, MG

 

Antes de venir a Indonesia, mis amigos y familiares que habían visto algunos documentales no dejaban de maravillarse por lo hermoso que es el país de las

17 000 islas.

 

El reto del encuentro con una nueva cultura y la ilusión de servir en esta nueva Misión de Indonesia me llenaba el corazón. Tuve la oportunidad de visitar dos veces la isla de Flores antes de quedarme; pero ahora, como decimos en México, “la tercera es la vencida y la buena”, llegué para empezar a trabajar en esta tarea naciente de los Misioneros de Guadalupe.

 

Al tomar el avión en la isla de Bali para venir a la isla de Flores, es imposible no asombrarse por la belleza que se contempla, el azul del océano combinado con el verde de las montañas domina todo el panorama; es cierto, parece un paraíso.

 

La calidez de la gente, junto con su sonrisa, nos estimulan para empezar con el reto del aprendizaje de la lengua.

 

A esta sencillez de la gente, se añade la de la ciudad, las calles, sus tiendas, pero, además, llaman la atención los estragos de los bienes de consumo en el medio ambiente. Dada la precariedad de la vida, los productos que se venden son, en su mayoría, envasados en paquetes pequeños de plástico, desde el agua potable, comestibles y productos de limpieza, todo viene en presentaciones pequeñas asequibles al bolsillo. El problema es que aquí no hay servicio de basura y cada casa se encarga de deshacerse de ella, y la de la calle queda a merced del viento. Aquí, el día comienza temprano, a las cinco de la mañana ya hay gente desplazándose o preparando el desayuno, y también, aparece el humo de fogatas quemando basura y opacando los olores frescos de la mañana en la selva. Por la carretera, en calles y veredas, hay basura rodando de un lado al otro, vasos y botellas de plástico cubren el paisaje, pues son “tierra de nadie”.

 

Dado el calor en el que vivimos, es necesario hidratarnos y las botellas de agua son caras; por eso, crearon los vasos de plástico con agua, sellados y con un popote, que son más baratos. No sé si es la influencia de haber vivido 25 años en Corea y ser testigo de los esfuerzos por reducir la basura lo que me lleva a sentir desesperación al ver tanto plástico que posteriormente estará rodando por las calles y los campos.

 

Imposible no pensar en la intención del Papa Francisco cuando nos pide orar por el clamor de la Tierra. ¿Cómo solucionar el problema con la forma de envasado que se convierte en basura por las calles y que termina en el mar debido a la lluvia, contaminando así el océano?

 

En Corea, aprendí a cargar bolsas de tela para evitar las de plástico; en nuestros países, no solo en Indonesia, sino en México, es tan fácil y cómodo estirar la mano y tomar una y otra bolsa de plástico. Nuestra casa común sigue necesitando del esfuerzo de todos. La encíclica del Papa Francisco no ha solucionado el problema, solamente nos lo ha señalado para tomar conciencia de lo que podemos hacer para proteger nuestra casa común. Que nuestra oración nos lleve a tomar acciones para unirnos a campañas que tengan impacto en la sociedad.

 

 

En las primeras semanas viviendo en la isla de Flores, he tenido la oportunidad de recorrerla un poco para arreglar documentos o ir a los lugares donde me han invitado. Es una isla hermosa, con mar, playas y montañas que hacen difícil desplazarse de un lugar a otro. Las personas que viven aquí dicen que tienen “carreteras serpiente”, pues están llenas de curvas. Recientemente, viajé de Maumere, que es donde estamos viviendo, a Ruteng; son 260 kilómetros, pero se necesitan entre 11 y 12 horas para recorrerlo a causa de las curvas y varios tramos en reparación. Por todos los pueblos y caseríos volvía a ver infinidad de plástico rodando de un costado a otro.

 

Cierto, Indonesia es un país hermoso, de 17 000 islas, no todas habitadas o habitables, distintas unas de las otras. Aquí, en Flores, se pasa de una comunidad a otra y ya se habla otra lengua que no se entiende, hay varios idiomas dentro de la misma isla y, gracias al uso del indonesio, es posible comunicarnos.

 

 

La gente es maravillosa y amable, comparten lo poco que tienen y lo hacen con mucha alegría. Nosotros, como misioneros, necesitamos inculturarnos en esta isla, pero no podemos seguir haciendo todo igual, tenemos la responsabilidad de hacer algunas cosas de manera diferente; una de ellas es cuidar del medio ambiente. El consumismo invade no solo a las grandes ciudades, es habitual en estos rincones de la tierra, y a nosotros nos corresponde trabajar para crear conciencia, como creyentes, del cuidado de la casa común. Ojalá nunca nos acostumbremos a ver la basura rodando y que las palabras del Papa sigan haciendo eco en nuestras conciencias para preservar este paraíso donde ahora nos toca anunciar el Evangelio.

 

Usted puede contribuir a que el Evangelio llegue hasta donde más se necesita. ¡Contáctenos y juntos hagamos Misión! Línea Misionera 800 00 58 100, de lunes a viernes, de 8:30 a 18:00 horas, tiempo del centro de México.