El seguimiento de Cristo, un viaje de fe y servicio

¿Sacerdote yo?... Y por qué no. El seminarista Carlos Adrián nos cuenta cómo logró vencer sus miedos y las dificultades para ingresar al Centro de Orientación Vocacional (COV) y comenzar su aventura misionera.

Autor: S. Carlos Adrián Poot Mis

 

Queridos Padrinos y Madrinas, soy Carlos Adrián Poot Mis, originario de un pueblo que lleva por nombre Tekal de Venegas, ubicado al centro del estado de Yucatán. Actualmente, me encuentro cursando la etapa del discipulado, estudiando el primer grado de Filosofía. Es muy gratificante compartir con ustedes, en este pequeño espacio, mi llamado vocacional.

 

Este llamado nació muchos años atrás; desde muy pequeño serví en la iglesia como monaguillo, catequista, adorador nocturno y también formé parte del grupo de la pastoral juvenil de mi comunidad.

 

Algo que me motivaba mucho era la figura del sacerdote, en especial cuando elevaba el pan; en ese momento, me llenaba de mucha emoción y me preguntaba: “¿Sacerdote, yo?” Sin embargo, por los miedos, inseguridades y dificultades, no me atrevía a asistir al Centro de Orientación Vocacional (COV) para saber más sobre la formación.

 

Cuando tenía 15 años, uno de mis hermanos ingresó al seminario de Yucatán y cada vez que volvía a la casa por vacaciones o en sus días libres, me gustaba platicar sobre sus experiencias. Cuando lo escuchaba, me llenaba de entusiasmo, le preguntaba muchas cosas y él amablemente me animaba para asistir a los encuentros de discernimiento; fui algunas veces, pero tenía miedo de dar el siguiente paso.

 

Terminé la preparatoria en 2020, cuando llegó la pandemia a México, por ese motivo y otros más, no ingresé a la universidad; ese año trabajé en una tienda y en una maquiladora para ayudar a mis padres con los gastos de la casa. En 2021, llegaron a mi parroquia los Misioneros de Guadalupe. El padre, el diácono y el seminarista me invitaron al encuentro que el Aleo hacía cada mes en la cabecera parroquial; así, fui conociendo el carisma, las misiones, los grados de formación y la labor de los misioneros en el mundo. Fue un año de discernimiento muy fuerte, lleno de experiencias, dudas, nuevas inquietudes, pero con la mirada en Cristo Jesús, que me decía: “Ven y sígueme”.

 

 

El proceso de responderle no fue fácil, porque, al mismo tiempo que iba al Aleo, me preparaba para el examen de la universidad; tuve que decidir y creo que elegí la mejor opción: seguir a Cristo y ser un instrumento de evangelización, llevando y compartiendo la alegría del Evangelio.

 

Estos dos años de formación han sido de gran ayuda, tanto personal como espiritualmente; cada etapa es especial, pero creo que esta es la más bella. Recuerdo que en el Curso Introductorio (CISEMI) conocí personas de otros estados, culturas y maneras de pensar, eso fue primordial en mi desarrollo espiritual; los talleres de oración me ayudan a buscar mi momento personal con Dios. Ahora que estoy por terminar el primer año de Filosofía, me he dado cuenta de todo el camino recorrido; este año estuvo lleno de grandes retos, como el estudio de la Filosofía, el campo misión en Tlaxcala o el apostolado en el cerro del Ajusco; ha sido un periodo agotador, pero muy enriquecedor.

 

Padrinos y Madrinas, les agradezco de todo corazón. Dios les bendiga, multiplique y premie su generosidad; no dejen de orar por los sacerdotes y seminaristas; nosotros oramos por ustedes, porque la oración es lo principal para continuar con esta obra evangelizadora.

 

¡Dile “sí” a las Misiones! Contáctanos para que juntos podamos descubrir el plan que Dios tiene para ti.

 

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