Septiembre es el mes de la Biblia y la Iglesia nos invita a acercarnos a las Sagradas Escrituras para conocer más sobre estos “libros sagrados” que fundamentan nuestra fe, pero, ¿por qué creer en ella? Aquí algunas buenas razones:
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Porque es la Palabra de Dios
Así es, estos libros contienen lo que Dios ha querido decir a la humanidad, es decir, Dios nos tiene un mensaje y para darlo a conocer, iluminó y movió a ciertas personas a lo largo de miles de años para que lo escribieran, a quienes se conoce como hagiógrafos o “autores sagrados”, que con la gracia del Espíritu Santo comunican el mensaje divino.
San Pablo, en su carta a Timoteo, escribió: “Las Sagradas Escrituras pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús, ya que toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, argüir, corregir y educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.” (2a Tm 3, 15-17).
El Catecismo de la Iglesia Católica señala: “Dios es el autor de la sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica.”
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Porque contiene la Historia de la Salvación
La Biblia nos revela toda la historia de la Salvación a través de la historia misma del pueblo de Israel, la cual se escribió a lo largo de miles de años.
Sin embargo, podemos decir que nos muestra cómo Dios fue quien creó al hombre, a “su imagen y semejanza” pero también pobre y pecador, fallando a los designios de su Creador. Por ello, los profetas nos hacen ver este pecado: la idolatría, la injusticia, el egoísmo, la mentira, la vanidad, claro, con la esperanza de obtener la misericordia divina (Is 58, 6-11). Jesús, finalmente, resume toda la Ley y los profetas en el precepto del amor a Dios y al hermano (Mt 22, 36-40; Jn 13, 34-35), y los apóstoles no se cansan de mostrar al creyente el camino de la salvación en una vida de convivencia fraterna y de solidaridad comunitaria con el impulso del Espíritu Santo (1 Co 12-13; Rm 8, 14).
Finalmente, las Escrituras nos descubren que el destino último del hombre no está en este mundo, pues por filiación divina somos “ciudadanos del cielo” (Flp 3, 20).
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Porque, a pesar de haberse escrito hace miles de años, no pierde su actualidad
La Palabra de Dios continúa viva, a través de ella Dios nos habla, contiene verdades tan profundas y realidades morales que no pierden su vigencia, por eso, muchos de nosotros, al leerla o meditarla encontramos o vemos reflejada, en sus versículos, la propia vida, las propias situaciones o experiencias.
La Constitución Dei Verbum señala: “El alimento de las Escrituras ilumina la mente, robustece las voluntades y enciende en el amor de Dios los corazones de los hombres” (DV, 23).
La propia Biblia nos señala su eficacia y vigencia: “Ciertamente la palabra de Dios es viva y operante, y más cortante que espada alguna de doble filo. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hb 4, 12-13).
El Papa Francisco (Ángelus, marzo de 2017) constantemente nos invita a tener este acercamiento con la Palabra de Dios:
“hay que familiarizarse con la Biblia: leerla a menudo, meditarla, asimilarla. La Biblia contiene la Palabra de Dios, que siempre es actual y eficaz… si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría desviarnos del camino del bien; seríamos más capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a los más vulnerables y necesitados, y también a nuestros enemigos.”