Los nuevos mártires, testigos de la fe

Desde la Misión de Japón, el P. Ignacio Martínez Báez, MG, reflexiona sobre los nuevos mártires, aquellos rostros anónimos y ocultos que mantienen viva su fe cristiana en este pueblo necesitado de Dios.

Autor: P. Ignacio Martínez Báez, MG

 

En vistas al Jubileo de 2025, el Papa Francisco ha pedido que se elabore un catálogo de todos aquellos hermanos que derramaron su sangre al confesar a Cristo y dar testimonio del Evangelio en este último cuarto de siglo: “No podemos olvidarlos”, nos recuerda el Papa,1 así que será una búsqueda muy amplia.

 

Partiendo de las palabras del Papa Francisco, quisiera compartir dos grandes características, que, a mi parecer, tiene el mártir en nuestros días:

 

1. Los mártires son testigos de la esperanza que brota de la fe en Cristo que incita a la verdadera caridad. Esta esperanza mantiene viva la profunda convicción de que el bien es más fuerte que el mal, porque Dios, en Cristo, ha vencido al pecado y a la muerte y hoy todos nosotros somos testigos de esta verdad en medio del mundo tan fracturado y sufriente (Carta del Santo Padre Francisco con la que constituye la “Comisión de los nuevos mártires, testigos de la fe” en el Dicasterio para las causas de los santos. Vaticano, 3 de julio de 202).

 

2. Los mártires son como una especie de soldados desconocidos de la gran causa de Dios que han acompañado la vida de la Iglesia en todos los tiempos y florecen también en la actualidad. Ahora tenemos numerosos mártires: obispos, sacerdotes, religiosos consagrados y consagradas, laicos, familias, jóvenes, obreros, campesinos, indígenas, etcétera, que en diversos países del mundo, en regiones alejadas o en situaciones de conflicto, con el don de su vida, han ofrecido la prueba suprema de la caridad, entregando todo su ser por la causa de Dios.

 

Otro aspecto importante en el que el Papa Francisco ha insistido repetidamente es con relación a que estamos unidos en el “ecumenismo de la sangre” con todas las confesiones cristianas. Es decir, que en la elaboración de este catálogo de mártires, se continuará la búsqueda iniciada sobre aquellos hermanos que, hasta hoy, siguen siendo asesinados por el simple hecho de ser cristianos, para recoger los testimonios de su vida hasta el derramamiento de sangre, ya que es necesario que su memoria sobresalga como un tesoro que custodia y mantiene viva la comunidad cristiana. Esta búsqueda no solo involucrará a la Iglesia Católica, sino que se extenderá a todas las confesiones cristianas.

 

En estos momentos tan complicados que vive la humanidad, en medio de contextos de gran riesgo para la fe, la paz y la convivencia mundial, nosotros estamos llamados a seguir mostrando la vitalidad del Bautismo que nos une. No son pocos, en efecto, los que, a pesar de ser conscientes de los peligros que corren, manifiestan su fe o participan junto con la comunidad en la Eucaristía y otras actividades comunitarias de forma asidua. Otros, son asesinados en sus esfuerzos por ayudar en la caridad, estando al lado de los pobres, por cuidar de los olvidados de la sociedad, los que son perseguidos por valorar y promover el don de la paz y el poder del perdón.

 

Otros, son víctimas silenciosas, individuales o colectivas, de los avatares de la historia. Con todos ellos tenemos una gran deuda y no podemos ni debemos olvidarlos. La contribución activa de las iglesias particulares será de gran ayuda para descubrir a estos hermanos y hermanas, dentro de un vasto panorama en el que resuena la voz única del martirio de los cristianos. Todos podemos ser parte de esta contribución de las iglesias particulares, los institutos religiosos y las demás realidades cristianas del mundo. Estamos sumergidos en un mundo en el que a veces parece que prevalece el mal; por ello, la elaboración de este catálogo, en el contexto del Jubileo que se acerca, nos ayudará a todos los creyentes a leer nuestro tiempo a la luz de la Pascua, sacando del cofre de tan generosa fidelidad a Cristo de parte de muchos hermanos y hermanas nuestras, muchas razones más para vivir con esperanza y seguir luchando por el bien y la paz.

 

 

 

Este deseo de reconocer a los mártires de hoy resuena fuertemente desde Japón, un pueblo de muchos mártires en los siglos pasados y de ahora, tal vez no desde el testimonio del derramamiento de sangre, pero sí desde ser una pequeña comunidad que sigue vertiendo mucho sudor y lágrimas en medio de una sociedad que en ocasiones parece que la asfixia, que la somete y margina a vivir en las periferias de un pueblo que no reconoce en el mensaje de Jesucristo una fuente de esperanza para este mundo tan necesitado de paz.

 

Creo firmemente que, en muchos rincones oscuros y apartados de este pueblo japonés, se esconden rostros cristianos que ofrecen sus vidas y mantienen su fe con lágrimas de esperanza y elevan su humilde oración al Padre que ve lo secreto del corazón humano. Son otros nuevos mártires que viven en el anonimato, que llevan con cierta amargura y tristeza la cruz de ser incomprendidos e incluso marginados por sus propios familiares y paisanos, por el hecho de ser cristianos y tener una fe distinta. Creo que esta es otra forma de vivir el martirio; es decir, la entrega consciente y fiel de la vida como testimonio del amor de Dios en nuestro mundo actual. Unidos en la oración desde el país donde muchos mártires han visto y siguen viendo nacer el sol.

 

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