Por los enfermos incurables

En las Misiones se hace presente Cristo a través de actos de amor y servicio, como nos relata Alma Carolina Gaxiola, exmisionera laica asociada, quien colaboró en la Misión de Kenia

Autor: Alma Carolina Gaxiola Rocha, exMLA

 

Les saludo, queridos Padrinos y Madrinas; realicé mi formación y experiencia como Misionera Laica Asociada (MLA) a Misioneros de Guadalupe (MG), de 2015 a 2020, en Kenia.

 

Actualmente, me encuentro realizando mi misión en mi familia, en mi trabajo, en temas de reinserción social, y en mi apostolado en las Obras Misionales Pontificio Episcopales, en Durango.

 

En todos los lugares donde me he desenvuelto, he encontrado personas enfermas, a quienes llamamos “incurables”; esto es, cuando los doctores dicen que no se puede hacer más; después, la familia (que empieza a modificar su rutina diaria), va relegando al enfermo, haciéndolo sentir invisible en su propia casa, incluso los amigos desaparecen poco a poco y si se acaba el dinero y no hay cómo conseguir los estudios o medicamentos requeridos, entonces, los enfermos empiezan a esperar, solamente a esperar el tiempo de su partida de este mundo; esto puede leerse muy triste, pero la realidad es mucho más difícil.

 

Sin embargo, llega alguien a decirnos: “¿Está enfermo alguno de ustedes? Haga llamar a los ancianos de la iglesia para que oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará” (San 5, 14-16). Jesús, el Hijo de Dios, convierte todo sufrimiento en un amor salvífico, y hace de ese dolor un acto de amor.

 

En la Parroquia de Cristo Rey, en la Misión de Kenia, participé en la Pastoral de la Salud. Algunas personas que visitaban enfermos eran, a su vez, enfermos, con un sentido de comunidad y solidaridad que asumían el reto de sobrellevar sus malestares y ayudar a otros a hacer lo propio. Así conocí a Cirus, a quien ya le habían amputado ambas piernas; vivía solo y no tenía trabajo fijo.

 

La comunidad parroquial comenzó a visitarlo, y fue tan grande el testimonio que le dieron, que decidió formarse para recibir los sacramentos de iniciación cristiana; a la par, una vecina le enseñó a hacer pulseras de chaquira y todos los miembros de la pastoral apoyábamos a venderlas. El día en que el párroco, el P. José Guadalupe Martínez Rea, MG, fue a bautizarlo y darle la primera comunión, me preguntó: “Alma, ¿sabes lo que han hecho con este hombre?” y siguió: “Le han devuelto la dignidad”; se me llenaron los ojos de agua porque entendí que solamente somos instrumentos de Dios para que sus hijos sientan y reconozcan que son dignos de una vida feliz, con calidad, donde haya amor y armonía a su alrededor, simplemente porque todos somos hijos de Dios, hijos del amor.

 

 

 

En este mes, en el que celebramos el Día Mundial del Enfermo, quiero reconocer a aquellos sacerdotes, religiosas y misioneros laicos cuyo carisma es la pastoral de la salud, a aquellos que participan en voluntariados o en grupos parroquiales, a la Unión de Enfermos Misioneros y muchas otras obras que entregan su vida a esta noble causa; también, a quienes tienen un enfermo en casa y no lo han olvidado. A todos, quiero decirles “Gracias”, porque como dijo el padre José Guadalupe, le devuelven la dignidad a cada enfermo con el que tratan.

 

Hagamos juntos un mundo mejor, en donde esos enfermos se sientan verdaderos hijos de Dios, para que al momento en que sean llamados a la Casa del Padre, puedan tener una sonrisa, porque aun en su enfermedad, fueron acompañados con amor.

 

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