El auxilio a los enfermos en Misión

¿Cómo pueden los misioneros ayudar a los enfermos terminales? El P. Héctor Díaz Fernández, MG, nos comparte un relato sobre la atención a los enfermos en la Misión de Corea.
El auxilio a los enfermos en Misión

Autor: P. Héctor Díaz Fernández, MG

Cuando me enteré de la intención del Papa de este mes, de pedir por los enfermos terminales, por supuesto que acepté y aplaudí la recomendación de atenderlos lo mejor que se pueda, como dicen: “lo que el día vale es igual para pobres y ricos, cristianos y no cristianos”.

 

Como misionero en Corea, estos enfermos siempre me movieron para brindarles atención; recuerdo que les llevaba la comunión cada viernes, a cada uno, de manera personal, ya sea que fueran o no católicos, me bastaba una invitación para acudir a asistirlos.

 

En una parroquia muy extensa, que tenía un pueblo grande y 12 pueblitos, podía visitar a los enfermos gracias a que pude comprar un carrito con la ayuda que recibíamos de los Padrinos y Madrinas.

 

Un día, estaba muy tranquilo, después de haber terminado mis labores diarias, cuando tocaron a mi puerta con mucha insistencia. “Voy”, contesté. Abrí y era una señora como de cuarenta años, que sin más, me dijo: “Padre, ya conoces mi pueblito, ya sabes que solo tiene una calle estrecha; pues al pasar frente a una de las casitas, escuché a alguien lamentándose ‘Hanunim, Hanunim’ (que significa ‘Dios, Dios’, en coreano), quizá necesite ayuda”. Sabía que no había muchos católicos en el pueblo, aparte de la señora que me trajo la noticia y otra más que yo conocía. Sin pensarlo mucho, le dije: “Señora, lléveme, por favor, a la casa que dice y no se preocupe por el camión, yo la llevo en mi carrito”. Al llegar a la localidad y la casa señaladas, la señora me conminó: “Padre, entre usted solo, ya sabe que no podemos entrar en una casa sin permiso del dueño”.

 

Así lo hice, entré y busqué a la persona que gritaba. Pronto lo encontré y le informé: “Soy el padre de la parroquia; dígame, ¿en qué puedo servirlo?” Dejé que hablara y al final, le pregunté: “¿Está usted bautizado?” Me contestó: “No”, a lo que le cuestioné: “¿Quiere bautizarse?” y me respondió: “Sí”. Entonces, le di el catecismo mínimo y volví a preguntarle: “¿Cree en lo que acabo de decirle?” Respondió que sí, por lo que le comenté que iría al coche para traer lo necesario para bautizarlo, asintió, y salí a traer lo indispensable para hacerlo.

 

 

 

Este fue un caso especial, pero la costumbre de dejar solos a los enfermos “para ayudarles a morir pronto” se da en Corea, China y Japón; es decir, en todo el extremo oriente, ya que lo aprendieron de China mientras eran parte de ese país.

 

Por ello, la conclusión de este relato es que debemos rezar por todos estos enfermos terminales y continuar apoyando a los misioneros que les van a llevar a Jesucristo.

 

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