Sin medir el tiempo

El seminarista Anderson Elías Girón Pardo nos comparte una reflexión sobre el tiempo derivada de una experiencia previa en la Amazonía, donde ha compartido la fe con diferentes etnias.
Sin medir el tiempo

Autor: S. Anderson Elías Girón Pardo

 

En la actualidad, en nuestro entorno, estamos invadidos por tecnología; por ello, tenemos que medir nuestros tiempos, contar con una agenda que nos ayude a organizar la vida que llevamos día con día, y aun así, escuchamos que no nos alcanza el tiempo.

 

He tenido la oportunidad de estar un año al interior de la Amazonía, en Ecuador, compartiendo la fe con los hermanos indígenas de las etnias achuar y quichua en este territorio tan hermoso y abundante de vida; donde quiera que mires, todo es verde, y si te detienes a escuchar, se percibe un sonido apacible; es simplemente una experiencia que te eleva a descubrir la presencia creadora de Dios. Ahí, pierdes la noción del tiempo.

 

Como vivencia en este camino al que Dios me está llamando a través del sacerdocio misionero, puedo comentarles, queridos Padrinos y Madrinas, que en lo recóndito de la selva hay muchos hermanos sedientos de escuchar la Buena Nueva del Evangelio y de ser escuchados, que puedan compartir sus penas y alegrías, sus anhelos y esperanzas. Podríamos pensar que son incultos por el hecho de no poseer los medios tecnológicos que encontramos en las ciudades, e incluso referirnos a ellos como “pobrecitos”, por carecer de los servicios básicos y de las facilidades con las que contamos; sin embargo, ellos poseen algo que nosotros anhelamos y por lo que, incluso, recurrimos a personas, medios y lugares para tener, pero dada nuestra agitada vida, no conseguimos. Ellos, alejados de todo y sin comodidades, tienen paz y son felices.

La paz que pude apreciar se debe a varios factores, sobresaliendo los humanos y ambientales. En lo referente al factor humano, por sobre todo, están la hermandad y la fraternidad; quien llega a una casa siempre es recibido de manera amable y cordial, con un “pilche de chicha”, una bebida de yuca, que es la base de la alimentación en esos territorios. Este ofrecimiento a la visita muestra que no hay apuro para lo que se estaba haciendo o lo que falta por hacer, ya que para beber la chicha te tienes que sentar y compartir la vida, no hay reloj que mida el tiempo, simplemente todo fluye alrededor de los miembros de la familia. Podríamos pensar: “pero, entonces, ¿no trabajan?, ¿son vagos?, ¿no tienen para comer?”. La verdad es que sí tienen alimentos y sí trabajan, no son vagos, la diferencia es que buscan lo necesario, ni más, ni menos, por eso tienen paz y son felices, no se desviven en angustias, cuidando o desgastándose por cosas materiales.

 

Aquí no se escucha la palabra estrés, incluso se podría decir que ni la conocen. Experimentan la fraternidad de manera tan concentrada y real que se olvidan del tiempo, no saben ni miden la hora en la que llegaron ni a qué hora regresarán a casa, simplemente comparten, están ahí  con mente y cuerpo, viviendo a plenitud. Ojalá nosotros aprendiéramos también a vivir plenamente, sin poner el corazón en lo material, sino en aquello que nos da la verdadera felicidad: Dios, Creador y dueño de todo. 

 

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