Un árbol que cae, un bosque que crece

Rosa María nos comparte una reflexión sobre cómo la Iglesia busca atender a sus hijos más vulnerables, a través de personas de corazón generoso.
Un árbol que cae, un bosque que crece

Autor: Rosa María Guadalupe Becerril, Promotora vocacional MLA

 

Querida familia misionera. Hoy quiero compartir con ustedes una experiencia que tocó profundamente mi corazón.

 

Hace algunas semanas, fuimos con los muchachos que están en la Preparación para Misioneros Laicos Asociados (Premla), a vivir la Eucaristía en la Casa Hogar de Nuestra Señora de la Consolación, donde las hermanas Siervas del Santísimo y de la Caridad atienden a niños con alguna discapacidad, que son huérfanos o cuyos padres no pueden atenderlos debido a su situación económica. Algunos ya no son tan niños, pero siguen en la casa porque no tienen quién los apoye.

 

Ver cómo las hermanas y su personal los atienden y el amor con el que los han acercado a Jesús, inundó mi corazón de una mezcla agridulce, pues no puedes sino dolerte por su condición, pero es esperanzador pensar que nuestra Iglesia (que es Madre también), busca atender a sus hijos más vulnerables a través de personas de corazón generoso que han sabido reconocer a Jesús en esos rostros que para otros son

invisibles.

 

Un detalle que después comentamos en la comunidad fue el ver que, por más inquietos que estén los niños durante la celebración eucarística, al momento de la consagración, todos, sin alguna indicación de por medio, se muestran atentos y respetuosos. Sin duda, es Dios quien habla a esos corazones sencillos que muchas veces hacemos menos. ¡Qué gran lección fue para nosotros! Y cómo no pensar en las palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11, 25). 

 

Me quedé pensando que, en diferentes ocasiones, el Papa  Francisco ha pedido que “madure en todos la conciencia de que la Iglesia debe ser cada vez más una casa segura para los niños y las personas vulnerables”, y ha tomado las medidas pastorales y jurídicas necesarias para ello. Y en este mes de marzo, nos pide que oremos por las víctimas de abusos; no se puede negar que hay quienes han sido dañados por algún integrante de la comunidad eclesial, hecho que lastima profundamente a la Iglesia. Pero, frente a la innegable existencia del mal (incluso dentro de la misma Iglesia), nos encontramos con el bien que toma el rostro, por ejemplo, de las hermanas a quienes me referí al inicio. Y toma el rostro y el corazón de tantas personas de buena voluntad que, viviendo fielmente su propia vocación, velan por los más vulnerables, haciendo con su actuar que, como lo desea el Papa, la Iglesia acoja amorosamente a sus hijos más pequeños, más lastimados y más necesitados.

 

Sin duda, hace mucho ruido un árbol que cae, pero busquemos escuchar al bosque que crece en silencio: no dudemos en denunciar el pecado, pero alegrémonos con el actuar de quienes viven con amor y honestidad el llamado que han recibido por parte de Dios. Y no dejemos de pedirle a Dios por todos: por quienes sufren a causa de este tipo

de abusos, por la conversión de aquellos que los han cometido y por quienes, fieles a su llamado, buscan paliar el sufrimiento causado por otros.

 

¡Llámanos!, platicaremos acerca del sueño de amor que Dios tiene para ti: 

 

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