Jesús moldea el corazón del hombre

Con su testimonio, el S. Juan Pablo Rangel Flores nos comparte cómo Jesús puede moldear nuestros corazones para ser humildes como Él.
S. Juan en parroquia en Aguascalientes

Autor: S. Juan Pablo Rangel Flores

 

Quiero compartirles una experiencia de vida que me ocurrió hace dos años aproximadamente. El 2020 fue un año difícil a nivel personal, ya que mi padre falleció y había dejado el seminario diocesano de Aguascalientes. Pero, durante ese año, Jesús moldeó mi corazón, me hice más humilde y cercano con las personas necesitadas de Dios.

 

Un día, me encontraba en la sacristía de mi parroquia; de pronto, se acercó el señor cura y me dijo: “Oye, ¿no te gustaría llevar la Comunión a los enfermos?” Sin pensarlo, le contesté: “¡Claro que sí, padre!” Al día siguiente, llevé la Comunión a dos personas de la comunidad. Cuando llegaba con los enfermos, veía en sus rostros la alegría de recibir a Nuestro Señor Jesucristo; era tanto su amor por Jesús, que en ese instante se olvidaban de su enfermedad.

 

Cuando salía, me preguntaba: “¿Cómo es posible que nosotros, aun teniendo salud, no valoremos la Eucaristía?” Pasaron los meses y los enfermos aumentaron. Mi rutina diaria era abrir el templo, preparar la misa y su transmisión; después, llevaba la Comunión a los enfermos y así, hasta sentirme cansado.

 

Un día, se acercó mi mamá y me dijo: “¿Hoy no vas a llevar la Comunión?” Le contesté: “Estoy cansado y tengo que editar unos videos”. Ella me dijo: “Como decía la Madre Teresa de Calcuta, hay que ‘amar hasta que duela; si duele, es buena señal’”.

 

Me quedé callado y fui a llevar la Comunión, obligado por mi mamá y no tanto por convicción. Llegué y parecía coincidencia, como si se hubieran puesto de acuerdo, me decían: “¡Dios te bendiga, Pablito y te haga un santo!” Sólo les respondía: “Dios le escuche”.

 

En el camino, estuve pensando: “¿Qué tal si hoy no hubiera ido y a lo mejor era su última Comunión?” Llegué a la parroquia y cerré todas las  puertas, me quedé a solas con el Santísimo y le dije: “Señor, aquí estoy nuevamente, hazme humilde como tú, no dejes que mi corazón se llene de soberbia, tú conoces todo sobre mí, sabes que en mi interior está nuevamente tu llamado hacia la vida sacerdotal, ¡no soy perfecto, pero moldea mi corazón!”

 

 

El Señor escuchó mi plegaria, como dice el Salmo: “Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco” (Sal 114). A partir de ese día, visitaba a los enfermos con mucho amor y entusiasmo, pues sabía bien que Jesús me  estaba moldeando. Esta experiencia fue un motor para retomar el llamado hacia la vida sacerdotal. Ahora, que me encuentro nuevamente en este camino con los Misioneros de Guadalupe, le sigo pidiendo que me dé un corazón humilde y sencillo, así como es Él.

 

Hermanos sacerdotes, seminaristas, religiosos o religiosas y laicos, los invito a que seamos humildes, a imagen de Cristo.

 

Hagamos a un lado nuestra vanidad y dejémonos moldear por el mejor Maestro: Jesús. Aún me sigue moldeando, porque nadie es perfecto. Recuerda: “Dios no elige a los mejores, pero tampoco a  los peores”. Nos encomendamos a sus oraciones.

 

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