¿Cómo se honra a los fieles difuntos en la Misión de Japón?

En el marco de nuestra celebración de los Fieles Difuntos, el P. Emilio Fortoul Ollivier, MG, nos comparte sobre las costumbres en Japón con las que se conserva la memoria de los seres queridos fallecidos.
celebración de los Fieles Difuntos

Autor: P. Emilio Fortoul Ollivier, MG

 

Empezaré narrando cómo la sociedad japonesa, en general, honra a los fieles difuntos.

 

Lo primero que debo señalar es que las tradiciones budistas permean de muchas maneras la forma en que las personas en Japón visualizan la muerte, en cómo llevan a cabo las celebraciones de las exequias, y en la manera de concebir su relación con los difuntos.

 

El budismo, tal como se extendió en Japón, cree que una vez que una persona muere, va a reencarnar, de modo que los distintos ritos funerarios tienen una doble dimensión, sirven para que los familiares y amistades se despidan del difunto con quien convivieron en esta vida, y por otro lado, pretenden ayudar al difunto a pasar a su nueva existencia lo más rápida y agradablemente posible, y así evitar que se sienta olvidado y le den ganas de venir a perjudicar a los que siguen vivos.

 

Para despedir al difunto, tradicionalmente se le vela en la casa donde vivía durante una noche por lo menos (en la actualidad, sobre todo en las grandes ciudades, en agencias funerarias). Las familias suelen invitar a monjes budistas que entonan las sutras (oraciones budistas) y después, los asistentes ofrecen incienso, o bien, flores.

 

Al día siguiente, se celebran las exequias nuevamente con la presencia de los monjes budistas; al final, se hace la “ceremonia de despedida”, durante la cual algún representante de la familia recuerda la vida del difunto, narrando sus hechos más notables y pidiendo a los presentes que no lo olviden. Además, se ofrece de nuevo incienso y se colocan abundantes flores frescas dentro del féretro.

 

Tanto en el velorio como en las exequias, es muy importante colocar una fotografía de buen tamaño del difunto, en la que se le vea sonriente, sano y vestido con elegancia, y una placa con el nuevo nombre que ha recibido después de su muerte, el cual lo acompañará en su nueva vida.

 

Después, se lleva al difunto a la cremación, pues en Japón, por la falta de espacio, no está permitida la sepultura en tierra. Mientras el cuerpo es incinerado, las familias y acompañantes cercanos suelen tener una comida en común para hablar y recordar al difunto, y al final, colocan los restos que les son entregados en una urna, la cual llevarán a casa para depositarla en el altar budista familiar por un tiempo mínimo de 49 días.

 

A los tres, a los siete y a los 49 días del fallecimiento, la familia procura reunirse y orar ante la urna del difunto; el budismo enseña que a los 49 días el difunto ya reencarnó, por lo que se pueden llevar sus restos al panteón para depositarlos en la tumba. Estas se encuentran, por lo general, al interior de los templos budistas y los familiares las visitan en el aniversario del fallecimiento, además del 21 de marzo y especialmente el 15 de agosto, que es el Día de los Fieles Difuntos en Japón. En cada visita, lavan la tumba con abundante agua y colocan sobre ella flores frescas y algún alimento que le gustaba al difunto, incluyendo bebidas alcohólicas, si eran de su agrado.

 

Mientras tanto, en el altar budista familiar, se conservan las fotos de los difuntos de la familia y las placas con sus nuevos nombres, y diariamente se les ofrece una oración, agua limpia y arroz cocido.

 

 

Los funerales y las diversas ceremonias y costumbres para honrar a los difuntos son, para nosotros, los misioneros, una excelente ocasión para dar testimonio de nuestra fe

en la Resurrección, que es el centro de la misma. Cristo venció a la muerte y nosotros, unidos a Él, recibimos una nueva vida, cuya plenitud alcanzamos en el momento de dejar este mundo.

 

De tal suerte que conservamos lo más posible las prácticas y ritos de la sociedad japonesa en la celebración de los funerales: hacemos la velación, pero sustituimos las sutras budistas con el rezo de numerosos salmos que hablan de la confianza en Dios, de la maravilla que experimentamos ante la belleza y sabiduría de su creación y la gratitud por la vida que hemos recibido.

 

En la misa de exequias, usamos el cirio de la Pascua para hacer presente a Cristo, que nos ha iluminado y el agua bendita para recordar nuestro nuevo nacimiento en el bautismo.

 

No damos a los difuntos un nuevo nombre, sino que hacemos uso del nombre cristiano recibido en el bautismo. A través del canto, de los himnos de la Iglesia, llenamos las celebraciones de esperanza en la misericordia de Dios y en la comunión de los santos, que interceden por el hermano que ha dejado el mundo.

 

Todo ello es un esfuerzo para conectar los gestos y costumbres de Japón con nuestra fe, de modo que el incienso, las flores, los saludos, entre otros que aquí se practican,

sean enriquecidos y reorientados, por así decirlo, para expresar la esperanza que tenemos de vivir para siempre unidos a Cristo, con Él y por Él.

 

Quiera Dios que la belleza y la profundidad de nuestra fe en Cristo, muerto por nosotros y resucitado para nuestra salvación, siga siendo testimoniada por la Iglesia en estas tierras, para iluminar y consolar a los que experimentan la partida de sus seres queridos. Quiera Dios que nuestras oraciones a los fieles difuntos conserven viva y fuerte la esperanza de reencontrarnos con ellos en la Casa del Padre para gozar todos juntos de la plenitud eterna de su Gloria.

 

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