Desde la cárcel: atención a los marginados

En las Misiones se brinda ayuda a los marginados, como nos platica el P. Juan Leonardo Reyes Gaspar, MG, sobre su trabajo con los presos en la Misión de Mozambique.
Desde la cárcel: atención a los marginados

Autor: P. Juan Leonardo Reyes Gaspar, MG

 

Durante un año, realicé un trabajo pastoral en el centro penitenciario de la villa de Manica, en Mozambique, país del África austral, hasta que la pandemia vino a frenar esta actividad.

 

Esta iniciativa surgió de la región pastoral oeste de la Diócesis de Chimoio, para desempeñar el trabajo pastoral con los presos. Cuando supe de lo que se trataba, me apunté de inmediato.

 

Mi primer encuentro fue con el director del penal, quien muy amablemente me atendió y me dio la bienvenida. Posteriormente, realizamos un plan de trabajo y quedamos de acuerdo en que iría a celebrar una misa cada mes.

 

En este centro penitenciario, se encuentran 180 presos de diferentes regiones de la zona, principalmente de Manica y Zimbabue, otro país africano, vecino de Mozambique. Esta cárcel está superpoblada, ya que su cupo es para 90 personas, por lo que se encuentra al doble de su capacidad; por tal motivo, la atención a los presos es de baja calidad, la limpieza no es la adecuada y el trato personal es deficiente. Considero que, en esta condición de estar presos, no deben ser tratados de manera indecorosa, sino que se les debe atender como seres humanos, aunque hayan cometido algún delito. “Estamos en la casa del jabonero, el que no cae, resbala y al que no, lo empujan para que se caiga”, dice un muy conocido refrán popular.

 

Para este trabajo de visitar a nuestros hermanos presos, me acompañaron siempre algunos agentes pastorales de la Parroquia Cristo Rey de Jecua, que participaron con mucho interés y entusiasmo. La misa se celebró en shona, lengua bantú de esa región africana. Los cantos fueron efectuados al ritmo de tres tambores y la participación fue siempre alegre. Cabe mencionar que, aunque la mayoría de los presos profesan la religión musulmana y otras religiones tradicionales africanas, fueron invitados a participar en la misa, sin comulgar por no ser católicos. Aun así, la celebración se tornaba festiva y participativa.

 

 

Me gustaba oírlos pedir en sus intenciones por muchas realidades por las que atraviesa el país. Viendo la situación precaria en que viven estos hermanos presos, se buscaron las formas de brindarles un poco de ayuda. Donamos muchos colchones para que tuvieran al menos algo confortable y no durmieran solo sobre un pedazo de cartón. Además, participamos en llevarles arroz y un poco de las hortalizas que nosotros mismos cosechamos en nuestra milpa: cebolla, tomate, lechuga y couve, un vegetal riquísimo, guisado con cebollita y chile.

 

Asimismo, me pidieron regalarles un par de puercos para que fueran criados y sirvieran de alimento cuando llegara la Navidad, idea que acepté rápidamente. A pesar de tantas carestías que se viven en la cárcel, vi a los presos animados y con ganas de salir pronto, y ser buenos ciudadanos.

 

Esta experiencia con el sufrimiento y la marginalidad me enseñó a valorar la libertad y a aceptar lo poco que tenemos, ya que lo más preciado de todo ser humano es su libertad. Recuerdo que en una ocasión, un preso me pidió la toalla que llevamos para secarnos las manos en la misa y, sin ningún problema, se la regalé; en ese momento, pensé que la necesitaba.

 

Dios bendiga a nuestros hermanos presos y pidamos para que los gobiernos se esfuercen por brindar políticas públicas que los hagan vivir dignamente.

 

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