Kibera: el trabajo misionero con los marginados

En Nairobi, Kenia, se encuentra uno de los barrios más pobres del mundo, Kibera, donde los misioneros apoyan en tareas de evangelización y sociales, como nos relata el P. José Alberto Contreras Téllez, MG.
Kibera: el trabajo misionero

Autor: P. José Alberto Contreras Téllez, M

 

En mi experiencia en África, pude trabajar en el llamado “cinturón de pobreza”, el barrio de Kibera, en Nairobi. Una de las cosas más impresionantes es que de verdad no tienen nada: la primera vez que llegué, no había ni caminos, ahora ya cambió un poco, pero siguen viviendo en medio de la pobreza y la marginación total.

 

La mayoría de las personas son de diferentes lugares de Kenia y llegan a Nairobi, la capital, a buscar trabajo y obtener algo de dinero; lo que más les interesa no es vivir en la pobreza, su objetivo es obtener recursos para levantar sus terrenos en sus lugares de origen; es decir, no viven permanentemente en Kibera; algunos pocos sí, pero la mayoría está de paso, en condiciones muy pobres y rudimentarias; a veces, en un cuartito muy pequeño están cinco o seis personas y experimentan este sufrimiento porque lo que puedan ganar es para sus tierras. En ocasiones, pasan muchos años para que puedan prosperar, como sucede con los mexicanos que van a Estados Unidos para ganar dinero y enviarlo a sus familias.

 

En Kibera, hay zonas industriales que son la fuente de trabajo de estas personas; además, algunos tienen negocios, tienditas, talleres, o bien, son veladores; muchos otros, venden productos en la calle. Buscan ganarse la vida y juntar para mantener sus tierras.

 

En esta zona, hay muchos movimientos sociales, congregaciones, ONG y otras asociaciones que brindan ayuda a través de la Iglesia.

 

Como sacerdotes misioneros, también realizamos este trabajo social de apoyo. Por ejemplo, en la Parroquia de Guadalupe, en Nairobi, tenemos muchas actividades en las que se ayuda a los niños de la calle o a quienes no han podido salir adelante, no solo con algo material, sino con pláticas para hacer conciencia sobre cómo pueden buscar su desarrollo y salir adelante. Existen programas de financiamiento para que puedan poner un negocio, siempre y cuando se comprometan a trabajar. Otro ejemplo es que todos los días se junta mucha comida que los feligreses donan en cada misa y el encargado reparte esa ayuda a quienes más lo necesitan.

Además, existe apoyo en el área educativa: la Parroquia de Guadalupe tiene kínder y primaria, esto ayuda a que los niños que no tienen esta oportunidad vayan recibiendo educación.

 

Actualmente, el número de alumnos ha aumentado: de tener unos 10 o 20, ya son casi 200. De igual manera, hay programas de educación para adultos que ofrecen la oportunidad de obtener certificados de primaria, secundaria, alguna carrera técnica, etcétera.

 

En general, la mayoría de las personas ven en el misionero una mano amiga, pues procuramos estar siempre acompañando a la gente, proporcionándoles atención pastoral y en sus necesidades espirituales. Nuestro objetivo, como misioneros, es ayudar a que estas comunidades sean autosustentables. En Nairobi, las dos parroquias que atendemos puede decirse que lo son; sin embargo, la mayor parte de las personas que acuden son de Kibera, es decir, de escasos recursos, y solo 25% de la comunidad puede aportar apoyos económicos.

 

 

Por tanto, todas las aportaciones de México, lo que brindan nuestros Padrinos y Madrinas, es una ayuda que sí se siente en Kibera y se sigue requiriendo; es un apoyo muy necesario.

 

Una de las experiencias que más recuerdo de mi convivencia en esta comunidad es la de una señora que se quedó viuda muy joven y con dos niños; ella vivía en la calle, en un cruce, ahí puso una chocita y un día me invitó a visitarla. Quedamos de vernos para que me guiara. Cuando llegamos, entré y no había ni dónde sentarse, por lo que me dio una cubeta en la que me acomodé mientras ella preparaba el té; me impresionó mucho porque no tenía nada.

 

Finalmente, en una mesa que ya estaba cayéndose, me acercó el té y unas galletas. Estaba por darle el primer sorbo a la taza cuando me dijo con una voz muy serena: “Todavía no, padre”, pensé “¿qué le faltará?”, pero ella siguió: “No, padre, primero hay que darle gracias a Dios”. Esa situación de la señora, de no tener nada, pero primero agradecer a Dios por una taza de té, fue muy aleccionadora; para ella, era importante dar gracias y después de hacerlo, sonrió y me comentó: “Ahora sí, padre”. Esas son cosas que no se aprenden en el seminario ni en la Teología; es la humildad, la fe y la sencillez de la gente, de ellas se aprende más que en los trata dos. Todo lo que la señora tenía en su casa reflejaba que sus condiciones de vida eran de mucha pobreza, pero aún así, me dejó una gran enseñanza.

 

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