Voces misioneras con el P. Miguel Ángel Varela Chávez, MG

En una amena charla, el P. Miguel Ángel Varela Chávez, MG, nos comparte su experiencia misionera y cómo es el trabajo evangelizador en la Misión de Japón.
P. Miguel Ángel Varela Chávez, MG

Platicamos con el P. Miguel Ángel Varela Chávez, MG, originario de Chihuahua, Chihuahua, quien fue ordenado sacerdote misionero el 5 de febrero de 1982. Actualmente colabora en la Parroquia de Motoderakoji, en la Diócesis de Sendai, en Japón.

 

Padre, cuéntenos sobre su trayectoria en MG y en la Misión de Japón.

 

Conocí Misioneros de Guadalupe (MG) a los 12 años: el párroco de la comunidad donde vivía nos llevó a los acólitos a visitar seminarios, entre los que estaba el de MG; de todos, fue el único donde nos recibió un sacerdote y nos dio una plática; entonces, haber sido recibido así te hace entrar en primer contacto y empezar la relación. Posteriormente entré al Seminario Menor, pasé al Seminario Mayor y terminando el Curso de Espiritualidad y Pastoral (CESPA), fui enviado a la Misión de Japón como estudiante.

 

Tuve contacto con esta Misión desde 1976, cuando fue mi envío como seminarista; en la primera etapa, estuve en el Seminario de Tokio, conociendo a muchos compañeros japoneses, así como la actividad misionera en Japón.

 

En aquel entonces, existían las regiones misioneras y los mg, por un contrato de 25 años, teníamos una región dentro de la Diócesis de Sendai, la cual nos encomendaron para hacerla crecer; ahí empecé a colaborar con los padres. Era una región muy fría, con mucha nieve, un clima muy distinto al de México; sin embargo, creo que cuando Mons. Escalante aceptó este contrato, como era la primera Misión del Instituto, pensó “vamos con todo” y así fue.

 

Durante esa etapa, entré al Seminario de Tokio, terminé mis estudios y regresé a México para la ordenación sacerdotal.

 

Elegí precisamente el 5 de febrero, fiesta de san Felipe de Jesús en México y de los 26 mártires de Nagasaki en Japón, por esa vinculación entre la Iglesia mexicana y la japonesa (recibí mi ordenación hace 41 años); después, regresé a la Misión de Japón,

donde he trabajado en varias regiones por ocho o diez años, conociendo diferentes lugares de la Diócesis de Sendai.

 

Más adelante, el proyecto en la Misión de Japón fue cambiando, ya no teníamos una región para evangelizar, empezamos a realizar actividades pastora les en colaboración con el clero diocesano y a coordinarnos con ellos; pasamos de las regiones a interactuar más entre las parroquias, con una mayor convivencia, y a tratar de buscar las orientaciones pastorales que ayudaran a crecer a la comunidad.

 

Luego de ese proceso de colaboración interparroquial, iniciamos con la pastoral en conjunto, comenzaron los blocks de evangelización y se establecieron nuevas regiones; dada la escasez de sacerdotes, un grupo de dos o tres abarcábamos un área que comprendía hasta cuatro o cinco parroquias, aunque en realidad son pequeñas, pero están muy dispersas, en lugares difíciles, por lo que convivir requiere todo el tiempo. Ahora nos encontramos en el proceso de mantener la fe en esas comunidades.

 

Hoy en día, ¿cómo se han modificado los retos de la evangelización?

 

Al principio, la visión proselitista abundaba en la evangelización; es decir, bautizar y hacer comunidades. Cuando llegué a Japón, me di cuenta de que no se trata del proselitismo, sino de dar un testimonio y comenzar un diálogo con la cultura para que las personas descubran los valores cristianos, o sea, es el anuncio del mensaje y no únicamente reclutar gente.

 

De hecho, hacia 2006, cuando regresé a Japón después de una estancia en México, sentí que el reto era enfrentarme a una sociedad que ya no solo no creía, sino que incluso rechazaba cualquier tipo de credo; la actitud religiosa se había postergado, empezaba la tendencia de “ser espirituales”, estar abiertos a lo misterioso, y la sociedad iba cambiando sus valores; en Japón, se hacía sentir eso; entonces, en las comunidades no les interesaba un diálogo de dogmas o de enseñanzas, ahora había otro reto: “¿para qué sirve la fe?”. Para responder había que hablar de los principios de la fe, testimoniar la fe de la Iglesia y, en medio de esa enseñanza, ir educando y fortaleciendo la vida del Reino de Dios, el encuentro con Dios y vivir el espíritu que Jesucristo nos ha transmitido.

 

 

¿Cómo experimentó los fenómenos de la pandemia y la postpandemia en la Iglesia japonesa?

 

El área donde estaba era una iglesia pequeña y casi todas las iglesias en Japón son de comunidades ancianas, hay pocos jóvenes, pues se desplazan hacia las grandes ciudades y empiezan a vivir su vida de fe en otros espacios. Los que quedan en el lugar son los cristianos bautizados hace 50 o 60 años. Por una parte, está el sentimiento de que las comunidades son ancianas; sin embargo, esto no quiere decir que sea una iglesia anquilosada, por el contrario, son iglesias muy jóvenes y entusiastas, a pesar de

ser personas mayores, están entusiasmadas con vivir su fe y mantener su iglesia; todo eso nos llena mucho de esperanza, nos damos cuenta de que en verdad las iglesias están vivas, hay mucho entusiasmo y se tiene el deseo de encontrar nuevos caminos, de aumentar la comunidad dentro de todas las limitaciones.

 

En la pandemia, tuvimos que suspender el culto, las iglesias eran demasiado estrechas y no cubrían los requisitos sanitarios. En principio, se suspendieron las celebraciones durante el primer año; no tuvimos la celebración de la Pascua, ya que el obispo mandó suspender actividades desde el primer domingo de Cuaresma.

 

Ante esta sorpresa, lo que hicimos fue mantener el contacto a través de cartas: semanalmente, escribíamos un pequeño mensaje que enviábamos a todas las casas. Así fue hasta la Navidad. Después, en la comunidad, comenzamos a tener reuniones para distribuir la comunión; como no se podía aglomerar la gente, pusimos horarios para que pudieran asistir: los domingos, entre las 8 am y las 12 pm, las personas entraban, hacían su oración individual y se acercaban a recibir la comunión. No había misa, solo hacían su oración, comulgaban y se retiraban lo más rápido posible. Me llenaba mucho de esperanza ver que, en esas cuatro horas, llegaban todos, aunque nunca se juntaban más de tres o cuatro personas dentro de la capilla, pero todos pasaban; eso me hizo ver que la fe está viva y que son muy entusiastas y participativos.

 

Padrinos y Madrinas, los invitamos a escuchar más de esta entrevista con el P. Miguel Ángel Varela Ch., MG, dando clic en el siguiente enlace:

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